jueves, 17 de septiembre de 2009

EL CUERVO Y LA ZORRA


El Cuervo y la Zorra

Erase en cierta ocasión un cuervo, el de más negro plumaje, que
habitaba en el bosque y que tenía cierta fama de vanidoso.

Ante su vista se extendían campos, sembrados y jardines llenos de
florecillas... Y una preciosa casita blanca, a través de cuyas
abiertas ventanas se veía al ama de la casa preparando la comida del
dia.
-¡Un queso!- murmuró el cuervo, y sintió que el pico se le hacía
agua.

El ama de la casa, pensando que así el queso se mantendría más
fresco, colocó el plato con su contenido cerca de la abierta
ventana.
-¡Qué queso tan sabroso!- volvió a suspirar el cuervo, imaginando
que se lo apropiaba.
Voló el ladronzuelo hasta la ventana, y tomando el queso en el pico,
se fue muy contento a saborearlo sobre las ramas de un arbol.

Todo esto que acabamos de referir había sido visto también por una
astuta zorra, que llevaba bastante tiempo sin comer.
En estas circunstancias vio la zorra llegar ufano al cuervo a la más
alta rama del arbol.
-Ay, si yo pudiera a mi vez robar a ese ladrón!
-Buenos días, señor cuervo.

El cuervo callaba. Miró hacia abajo y contempló a la zorra, amable y
sonriente.
-Tenga usted buenos días -repitió aquella, comenzando a adularle de
esta manera - Vaya, ¡que está usted bien elegante con tan bello
plumaje!

El cuervo, que, como ya sabemos era vanidoso, siguió callado, pero
contento al escuchar tales elogios.
-Sí, sí prosiguió la zorra. Es lo que siempre digo. No hay entre
todas las aves quien tenga la gallardía y belleza del señor cuervo.

El ave, sobre su rama, se esponjaba lleno de satisfacción. Y en su
fuero interno estaba convencido de que todo cuanto decía el animal
que estaba a sus pies era verdad. Pues, ¿acaso había otro plumaje
más lindo que el suyo?

Desde abajo volvió a sonar, con acento muy suave y engañoso, la voz
de aquella astuta zorra:
- Bello es usted, a fe mía, y de porte majestuoso. Como que si su
voz es tan hermosa como deslumbrante es su cuerpo, creo que no habrá
entre todas las aves del mundo quien se le pueda igualar en
perfección.
Al oír aquel discurso tan dulce y halagueño, quiso demostrar el
cuervo a la zorra su armonía de voz y la calidad de su canto, para
que se convenciera de que el gorjeo no le iba en zaga a su plumaje.

Llevado de su vanidad, quiso cantar.

Abrió su negro pico y comenzó a graznar, sin acordarse de que así
dejaba caer el queso. ¡Qué más deseaba la astuta zorra! Se apresuró
a coger entre sus dientes el suculento bocado. Y entre bocado y
bocado dijo burlonamente a la engañada ave:
-Señor bobo, ya que sin otro alimento que las adulaciones y lisonjas
os habéis quedado tan hinchado y repleto, podéis ahora hacer la
digestión de tanta adulación, en tanto que yo me encargo de digerir
este queso.

Nuestro cuervo hubo de comprender, aunque tarde, que nunca debió
admitir aquellas falsas alabanzas.

Desde entonces apreció en el justo punto su valía, y ya nunca más se
dejó seducir por elogios inmerecidos. Y cuando, en alguna ocasión,
escuchaba a algún adulador, huía de él, porque, acordándose de la
zorra, sabía que todos los que halagan a quien no tiene meritos, lo
hacen esperando lucrarse a costa del que linsonjean. Y el cuervo
escarmentó de esta forma para siempre.
FIN

Cuentos Infantiles

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