jueves, 17 de septiembre de 2009
EL SOLDADITO DE PLOMO
El Soldadito de Plomo
Había una vez un juguetero que fabricó un ejército de soldaditos de
plomo, muy derechos y elegantes. Cada uno llevaba un fusil al
hombro, una chaqueta roja, pantalones azules y un sombrero negro
alto con una insignia dorada al frente. Al juguetero no le alcanzó
el plomo para el último soldadito y lo tuvo que dejar sin una
pierna.
Pronto, los soldaditos se encontraban en la vitrina de una tienda de
juguetes. Un señor los compró para regalárselos a su hijo de
cumpleaños. Cuando el niño abrió la caja, en presencia de sus
hermanos, el soldadito sin pierna le llamó mucho la atención.
El soldadito se encontró de pronto frente a un castillo de cartón
con cisnes flotando a su alrededor en un lago de espejos.
Frente a la entrada había una preciosa bailarina de papel. Llevaba
una falda rosada de tul y una banda azul sobre la que brillaba una
lentejuela. La bailarina tenía los brazos alzados y una pierna
levantada hacia atrás, de tal manera que no se le alcanzaba a ver.
¡Era muy hermosa!
"Es la chica para mí", pensó el soldadito de plomo, convencido de
que a la bailarina le faltaba una pierna como a él. Esa noche,
cuando ya todos en la casa se habían ido a dormir, los juguetes
comenzaron a divertirse. El cascanueces hacía piruetas mientras que
los demás juguetes bailaban y corrían por todas partes.
Los únicos juguetes que no se movían eran el soldadito de plomo y la
hermosa bailarina de papel. Inmóviles, se miraban el uno al otro. De
repente, dieron las doce de la noche. La tapa de la caja de
sorpresas se abrió y de ella saltó un duende con expresión malvada.
-¿Tú qué miras, soldado? -gritó. El soldadito siguió con la mirada
fija al frente.
-Está bien. Ya verás lo que te pasará mañana -anunció el duende.
A la mañana siguiente, el niño jugó un rato con su soldadito de
plomo y luego lo puso en el borde de la ventana, que estaba abierta.
A lo mejor fue el viento, o quizás fue el duende malo, lo cierto es
que el soldadito de plomo se cayó a la calle.
El niño corrió hacia la ventana, pero desde el tercer piso no se
alcanzaba a ver nada.
-¿Puedo bajar a buscar a mi soldadito? -preguntó el niño a la
criada. Pero ella se negó, pues estaba lloviendo muy fuerte para que
el niño saliera. La criada cerró la ventana y el niño tuvo que
resignarse a perder su juguete.
Afuera, unos niños de la calle jugaban bajo la lluvia. Fueron ellos
quienes encontraron al soldadito de plomo cabeza abajo, con el fusil
clavado entre dos adoquines.
-¡Hagámosle un barco de papel! -gritó uno de los chicos. Llovía tan
fuerte que se había formado un pequeño río por los bordes de las
calles. Los chicos hicieron un barco con un viejo periódico,
metieron al soldadito allí y lo pusieron a navegar.
El sodadito permanecía erguido mientras el barquito de papel se
dejaba llevar por la corriente. Pronto se metió en una alcantarilla
y por allí siguió navegando.
"¿A dónde iré a parar?" pensó el soldadito. "El culpable de esto es
el duende malo. Claro que no me importaría si estuviera conmigo la
hermosa bailarina."
En ese momento, apareció una rata enorme.
-¡Alto ahí! -gritó con voz chillona-. Págame el peaje.
Pero el soldadito de plomo no podía hacer nada para detenerse. El
barco de papel siguió navegando por la alcantarilla hasta que llegó
al canal. Pero, ya estaba tan mojado que no pudo seguir a flote y
empezó a naufragar. Por fin, el papel se deshizo completamente y el
erguido soldadito de plomo se hundió en el agua. Justo antes de
llegar al fondo, un pez gordo se lo tragó.
-¡Qué oscuro está aquí dentro! -dijo el soldadito de plomo-. ¡Mucho
más oscuro que en la caja de juguetes!
El pez, con el soldadito en el estómago, nadó por todo el canal
hasta llegar al mar. El soldadito de plomo extrañaba la habitación
de los niños, los juguetes, el castillo de cartón y extrañaba sobre
todo a la hermosa bailarina.
"Creo que no los volveré a ver nunca más", suspiró con tristeza. El
soldadito de plomo no tenía la menor idea de dónde se hallaba. Sin
embargo, la suerte quiso que unos pescadores pasaran por allí y
atraparan al pez con su red.
El barco de pesca regresó a la ciudad con su cargamento. Al poco
tiempo, el pescado fresco ya estaba en el mercado; justo donde hacía
las compras la criada de la casa del niño. Después de mirar la
selección de pescados, se decidió por el más grande: el que tenía al
soldadito de plomo adentro.
La criada regresó a la casa y le entregó el pescado a la cocinera.
-¡Qué buen pescado! -exclamó la cocinera.
Enseguida, tomó un cuchillo y se dispuso a preparar el pescado para
meterlo al horno.
-Aquí hay algo duro -murmuró. Luego, llena de sorpresa, sacó al
soldadito de plomo.
La criada lo reconoció de inmediato.
-¡Es el soldadito que se le cayó al niño por la ventana! -exclamó.
El niño se puso muy feliz cuando supo que su soldadito de plomo
había aparecido. El soldadito, por su parte, estaba un poco
aturdido. Había pasado tanto tiempo en la oscuridad. Finalmente, se
dio cuenta de que estaba de nuevo en casa. En la mesa vio los mismos
juguetes de siempre, y también el castillo con el lago de espejos.
Al frente estaba la bailarina, apoyada en una pierna. Habría llorado
de la emoción si hubiera tenido lágrimas, pero se limitó a mirarla.
Ella lo miraba también.
De repente, el hermano del niño agarró al soldadito de plomo
diciendo:
-Este soldado no sirve para nada. Sólo tiene una pierna. Además,
apesta a pescado.
Todos vieron aterrados cómo el muchacho arrojaba al soldadito de
plomo al fuego de la chimenea. El soldadito cayó de pie en medio de
las llamas. Los colores de su uniforme desvanecían a medida que se
derretía. De pronto, una ráfaga de viento arrancó a la bailarina de
la entrada del castillo y la llevó como a un ave de papel hasta el
fuego, junto al soldadito de plomo. Una llamarada la consumió en un
segundo.
A la mañana siguiente, la criada fue a limpiar la chimenea. En medio
de las cenizas encontró un pedazo de plomo en forma de corazón. Al
lado, negra como el carbón, estaba la lentejuela de la bailarina.
FIN
Cuentos Infantiles
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